Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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1303
Legislatura: 1888-1889 (Cortes de 1886 a 1890)
Sesión: 16 de febrero de 1889
Cámara: Congreso de los diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 53, 1404-1409
Tema: Ley constitutiva del ejército

Me había propuesto, Sres. Diputados, no molestar la atención del Congreso en este debate, que declaro con toda franqueza me tiene verdaderamente hastiado; y hasta tal punto tenía este propósito, que ya indiqué la otra tarde en una interrupción que, como es costumbre, me tomé la libertad de hacer al Sr. Portuondo, aunque al Sr. Portuondo al parecer no le gustan las interrupciones, que había llegado a tal extremo mi aburrimiento en la discusión de las reformas militares, que estaba dispuesto a hacer lo que aquel que decía: "dame pan y llámame tonto", diciendo yo a mi vez: aprobadme las reformas militares y decid de mí lo queráis. Porque, después de todo, Sres. Diputados, no me faltaba ver otra cosa que la grandísima injusticia que se comete con el Gobierno, y sobre todo con el Presidente del Consejo de Ministros, suponiendo que el Gobierno y el Presidente del Consejo de Ministros no tienen, por lo visto, deseos y ganas y ansias de que salgan las reformas militares. Si no fuera porque no tienen nada de diablos los que tales cosas dicen, o si no las dicen las dejan entrever, yo diría que así se paga el diablo a quien bien le sirve.

Porque, Sres. Diputados, es imposible hacer más que lo que ha hecho el Gobierno y que lo que he hecho yo por las reformas militares. Llevamos tres legislaturas ocupados casi exclusivamente en este debate, y han transcurrido ya dos meses y medio de la cuarta sin que hayamos discutido otra cosa que reformas militares, y se han pronunciado más de 200 discursos, y yo he pronunciado ya más de 10, y todavía le parecían pocos al Sr. Portuondo. (Risas). ¿Y de qué manera se han empleado estas legislaturas en la cuestión de las reformas? ¿Acaso se han ocupado de ellas sin interés por parte del Gobierno, como decía la otra tarde mi querido amigo el Sr. Cassola, con una injusticia que me hacía daño, porque no hay nada que me irrite más que la injusticia, y sobre todo la injusticia de parte de los amigos?

Pues posponiéndolo todo a la cuestión de las reformas; todos los proyectos, y alguno de los más importantes, tan importante como el que más, por mucho que lo sea el proyecto de ley de reformas, todos quedaron postergados al proyecto de ley de reformas por mi propia voluntad; porque en eso hice tirano del Ministerio al Ministro de la Guerra de entonces, al señor general Cassola. De manera que no puede haber ningún malicioso que sospeche que el Gobierno, ni entonces ni ahora, no tenga verdadero afán para llevar adelante las reformas militares; yo creo que el que se figure que lo hace por malicia, no será por malicia, sino por otra cosa: lo hará por tonto (Risas); porque contra los hechos, contra la evidencia, no hay malicia posible.

No, señores; yo he tenido muchísimo empeño, y lo tengo, en que salgan adelante las reformas militares; primero, porque creo que son necesarias; segundo, porque una vez planteadas ciertas cuestiones, hay que resolverlas; y tercero, porque mientras no se resuelvan éstas no se pueden resolver otras cosas que tengo mucha prisa en resolver; y así es que esos maliciosos que pueden sospechar, por malicia, que el Gobierno no tiene gran interés en que las reformas salgan adelante, tienen en su mano el medio de dar [1404] un grandísimo disgusto al Gobierno, y sobre todo a mí: que cierren la boca, que digan "vamos a votar el proyecto de ley", y me van a dar un disgusto tremendo si esta noche sale de aquí aprobado el proyecto. (Risas). Yo que he aconsejado a mis amigos, los individuos de la Comisión, que sean breves en sus contestaciones, y por cierto que han servido muy bien mis deseos, y se lo agradezco, porque breves, aunque elocuentes, han sido siempre en las contestaciones que han dado; yo que le he dicho a mis compañeros de Ministerio: no contestar a nada, aunque nos llamen perros judíos, (Risas) para no dar lugar a rectificaciones que aquí se convierten en réplicas más extensas, más largas que los discursos, y para ver si por lo menos por parte del Gobierno se abrevia la discusión; yo que me he aguantado muchas cosas que en otras ocasiones de seguro no me hubiera aguantado, yo soy acusado de que no tengo interés en que las reformas se hagan.

Y después de todo, el Gobierno ha sido atacado precisamente porque ha hecho lo posible para que salgan las reformas. Presentó el señor general Cassola su plan; el Gobierno lo aceptó, yo el primero; todos nos propusimos sacarlo adelante, no pudimos; vimos que pasaron dos legislaturas y que no adelantábamos un paso, y entonces yo dije: pues vamos a ver si hacemos por de pronto, dividiendo las reformas, aquello que más directa e inmediatamente afecta al ejército, aquella que interesa más al soldado, al oficial al general, y dejemos para más adelante eso otro que siendo, en efecto, base de una buena organización en todas partes, no afecta, sin embargo, de una manera directa e inmediata a la oficialidad y al generalato, y vamos a ver si por ese camino, dividiendo las reformas, podemos sacar aquello que más directamente afecta al ejército; y se hizo la división; pero ¿es que esto significa que se postergarán aquellas otras reformas? No; así que se acaben éstas, se presentarán, con respecto a las otras, los correspondientes proyectos de ley; pero no sea que por lo más dejemos de aprobar lo menos, y no sea que por querer lo mejor no consigamos lo bueno, ni siquiera aquello tan interesante, a juicio de los mismos que nos combaten por haber escogido aquello que más directamente afecta al ejército; no sea que no saquemos aquello que los que nos combaten nos decían que era necesario sacarlo y que era hasta peligroso no sacarlo, y ahora nos combaten por haberlo dividido. Y yo pregunto: ¿por qué nos combatís? ¿Es que queréis también lo otro? Pues vamos a hacerlo.

El Sr. López Domínguez ya dijo el otro día que la cuestión del reclutamiento podía ser objeto de una ley especial porque en ella, además del Ministerio de la Guerra, debía intervenir el Ministerio de la Gobernación. Pues vamos a hacer esa ley especial; pero entre tanto que se haga, vamos a sacar las reformas que tenemos ya adelantadas. La división territorial: también excelente, yo lo apruebo; pero si da lugar a dificultades, será también objeto de otro proyecto de ley; pero estos dos pensamientos no empecen a la realización de estos dos grandes planes de las reformas militares que más directa e inmediatamente afectan al ejército, y que se nos piden con tanta prisa y con tanta ansia.

Y yo siento hablar de estas cosas, porque el señor Portuondo, con mucha razón, me ha negado capacidad en estas materias. (El Sr. Portuondo: No me refería a la capacidad personal). En absoluto. No me ofende, porque no tengo la pretensión de tenerla. Pero por otra parte, yo me decía: entonces, ¿a qué el señor Portuondo tiene esa prisa y ese deseo de que yo discuta con él? ¿Por qué me obliga a contestarle, si me niega capacidad en la materia, cuando yo se la concedo tan grande a S.S.? Porque, francamente, yo no tendría gusto con combatir ni en luchar acerca de un asunto con una persona que no tuviera capacidad, teniendo yo mucha, porque maldita la gracia que tendría que yo le venciera. (Risas).

De manera que yo no sé por qué el Sr. Portuondo estaba hasta incomodado conmigo porque no le contestaba. Pues yo no quería contestar a S.S. porque no quería poner mi poca capacidad enfrente de la mucha de S.S.; y además porque creía que esto no podía ser agradable al Sr. Portuondo, que, como gran batallador, supongo que querrá tener siempre enfrente a un adversario que valga mucho; porque de esta manera, si S.S. le vence, claro es que es mucho mayor el triunfo de S.S.

Pero de todas maneras, como llevamos ya tantos cursos de reformas militares (Risas), yo que estoy acostumbrado a aprender y hasta a enseñar, que con la costumbre de enseñar también se adquiere la de aprender, algo he aprendido ya después de tantos cursos como vengo asistiendo a esta cuestión; y he aprendido que el Sr. Portuondo, a pesar de su gran capacidad, no ha querido darnos grandes muestras de ella en este debate; porque, después de todo, cuanto yo esperaba oír de S.S. algún gran descubrimiento que nos sacara del apuro en que estamos, resulta que para S.S. no hay más que dos generales reformistas y dos reformas: los generales reformistas son los Sres. López Domínguez y Cassola; las reformas, las propuestas primero por el Sr. López Domínguez y las propuestas después por el Sr. Cassola; y yo tengo entendido, y he aprendido en este largo lapso de tiempo en que venimos ocupándonos de esta materia, que hay muchos generales reformistas, tantos como tiene el ejército español (Risas), y que además hay muchas clases de reformas completamente independientes de las reformas del Sr. Cassola y completamente independientes de las reformas del Sr. López Domínguez.

Pero además resulta también que la capacidad de S.S. en este asunto ha descubierto un medio singular: las reformas del señor general Cassola no tienen nada que ver, en lo general, con las reformas del señor general López Domínguez, hasta el punto de que los principios que se admiten en las reformas del señor general Cassola no los acepta en manera alguno, antes al contrario, los rechaza el señor general López Domínguez, al menos según las reformas hasta ahora conocidas del señor general López Domínguez; y el Sr. Portuondo ha buscado la manera de armonizar lo que es imposible que se armonice. (El Sr. Portuondo: ¿Sabrás ellos mejor que S.S. lo que piensan?). Ya pediré a S.S. la fórmula de esa conjunción que todavía no he entendido.

Su señoría, claro está, ha resuelto el problema de una manera facilísima y dice: no hay más que dos clases de reformas, no hay más que las reformas del señor general López Domínguez y las reformas del señor general Cassola, y yo encuentro la manera de armonizarlas; luego he resuelto el problema, porque ya no queda más que una tercera. ¡Ah, qué difícil es eso, Sr. Portuondo! A pesar de los buenos deseos de [1405] S.S., ¡qué difícil es eso de encontrar término medio de cosas distintas! Y esto me recuerda un cuento que voy a referir a S.S.

Unos jóvenes de familias ilustres, con medios de fortuna, con desahogo de tiempo para ocuparse en aquello que mejor les pareciera, reuniéndose una vez para discutir dónde habrían de pasar más agradablemente la Semana Santa. Después de muchos debates, limitaron sus aspiraciones a dos puntos, decidiendo pasar la Semana Santa en Madrid, o pasarla en Toledo. Los que pretendían pasarla en Toledo, naturalmente alegaban en apoyo de su opinión la solemnidad de las procesiones de Toledo, la misma estrechez de aquellas calles que convida al recogimiento, los monumentos artísticos e históricos de la antigua ciudad; los que, por el contrario, pensaban que mejor podían pasar la Semana Santa en Madrid, alegaban que aunque las procesiones no eran aquí tan buenas, había más elementos de recreo, de distracción, etc., etc. Resultado: que estuvieron discutiendo mucho tiempo sin poder resolver el problema; no salían de esos dos puntos: o Madrid o Toledo; hasta que, por último, vino un Portuondo de las reformas militares y les dijo: "No cansaros. ¿No hay más que dos puntos donde pasar la Semana Santa? Pues no la pasemos ni en Madrid ni en Toledo; vamos a tomar término medio: vamos a pasarla entre Pinto y Valdemoro". (El Sr. Portuondo: Eso lo ha tomado S.S. de Alcalá Galiano). No sé si lo he tomado de Alcalá Galiano o no; lo que digo es que Alcalá Galiano, que contaba muchos cuentos, y los contaba muy bien, jamás aplicó ninguno con más propiedad que yo éste que él en otra ocasión contó.

Pues bien; llego ya naturalmente a esa conjunción, que yo no he visto y que creo que no ha visto nadie; porque, después de todo, ¿es la conjunción la enmienda? Porque si fuera así, yo preguntaría al señor Cassola si está conforme con lo que propone en la enmienda apoyada por el Sr. Portuondo. Tengo la seguridad de que no está conforme; porque si lo está, entonces resultará que no está conforme con su antiguo proyecto, y tiene que escoger entre su antiguo proyecto y la enmienda apoyada por el Sr. Portuondo. ¿Cuál escoge el Sr. Cassola? La sonrisa con que me contesta me dice bien claramente que escoge su proyecto antiguo.

Pero ¿es que el Sr. López Domínguez está conforme con lo que se propone en la enmienda? Pues tampoco lo está; y si el Sr. Portuondo quiere armonizar las opiniones de los Sres. López Domínguez y Cassola, y no sé cómo las armoniza por medio de esa fórmula de conjunción de que nos ha hablado S.S., que no ha hecho más que indicarla y que no ha enseñado, ¿para qué sirve la enmienda?

Venga como enmienda la fórmula de conjunción, y yo se la doy a redactar, no a S.S., sino a los dos autores únicos, según S.S., que existen en España de reformas militares, y tengo la seguridad de que no la redactarán. Y si no, todavía falta algo que discutir en las reformas militares; puede proponerse esa fórmula de conjunción como enmienda al proyecto de ley, y verá el Sr. Portuondo cómo, a pesar de sus buenos deseos, no se encuentra la fórmula de la conjunción o la conjunción de las fórmulas.

Pero es más: el Sr. Portuondo, lleno de buen deseo y lleno de patriotismo que le agradezco y que el país debe reconocerle, no sólo ve conjunción entre las ideas de los generales Cassola y López Domínguez, sino que con esa conjunción encuentra otra con las ideas de la Comisión, y a pesar de eso, el Sr. Portuondo ha combatido acremente el dictamen de la Comisión y lo ha calificado de la manera más dura que dictamen alguno lo ha sido desde que hay sistema parlamentario. Señor Portuondo, si según S.S. hay una conjunción entre la primitiva conjunción y el dictamen de la Comisión, ¿por qué merece de parte de S.S. esos calificativos el dictamen de la Comisión? Entonces los merece también la conjunción que S.S. ha tenido la habilidad de encontrar y que hasta ahora no ha visto nadie.

Pero, después de esto, el Sr. Portuondo, ¡cosa extraña! cuando la Comisión y el Gobierno habíamos acogido hasta con entusiasmo el proyecto del Sr. Cassola, es decir, las reformas del Sr. Cassola, atacaba a la Comisión y al Gobierno un día que a consecuencia de una enmienda pensó retirar la Comisión el dictamen, y S.S. dijo: "Sí, retírelo, porque el no retirarlo acaso pudiera traer grandes perjuicios y peligros para la Patria". Pues aquel proyecto de ley, las reformas del Sr. Cassola, hoy le parecen admirablemente buenas al Sr. Portuondo. (El Sr. Portuondo: Pido la palabra). Es decir, que aquellos peligros a que las reformas del Sr. Cassola podrían dar lugar para la Patria cuando el Sr. Cassola era Ministro de la Guerra y yo tenía el gusto de ser su compañero, ya aquellos peligros han desaparecido, y ya las reformas que podían ocasionarlos son las mejores reformas del mundo. A este paso, Sr. Cassola, yo voy a tener que felicitar a S.S. con entusiasmo, porque me parece que no va a haber español que no acepte las reformas de S.S., cuando las acepta ya quien en otro tiempo tenía una opinión tan pesimista respecto a ellas.

(El Sr. Presidente del Congreso pregunta si se prorroga la sesión, y el Congreso así lo acordó. Continúa con su discurso el Sr. Presidente del Consejo de Ministros, Práxedes Mateo Sagasta).

No se arrepentirá el Congreso de haberme otorgado esta gracia, porque en cambio de esto seré muy breve.

Pues bien; al hablar de esas reformas que a S.S. le parecen tan bien, porque son la conjunción de las reformas de uno y otro general, S.S. involuntariamente, sin querer, pero ex abundantia cordis, se iba siempre al lado de las reformas del general Cassola. De manera que buscaba la conjunción, no tanto para unir las dos reformas, como para quitar las dificultades de las reformas que le entusiasman ahora, que son las del general Cassola. Pues Sr. Portuondo, ¿qué es el dictamen de la Comisión? El dictamen de la Comisión no es más que una parte de las reformas del general Cassola, una parte que puede ser independiente de la otra. Si son tan buenas para S.S. las reformas del general Cassola, por el pronto deben parecerle muy bien las reformas de la Comisión, porque son parte de aquéllas y pueden realizarse las unas y las otras; porque no se puede decir aquello de que no pueden realizarse las unas sin las otras, puesto que la división territorial y el reclutamiento nada tiene que ver con la manera de ascender los oficiales, con el término de la carrera en coronel, con la proporcionalidad para el generalato, etc., etc. [1406]

Pues si le parecen bien a S.S. las reformas del general Cassola, ¿cómo no le parecen bien las reformas que propone la Comisión?

Sin motivo alguno, porque la Comisión no había faltado en nada a S.S., S.S. ha querido dar un mal trato a la Comisión, cuando lo único que el Sr. Portuondo tendría derecho a decir es, que se alegraría de que las reformas comprendieran los otros dos puntos que se dejan postergados para más adelante; y al decir esto, no estará conforme con el general López Domínguez, que quiere que venga la cuestión de reclutamiento, pero en una ley especial e interviniendo, además del Ministro de la Guerra, algún otro Ministro; como no lo estaría en lo relativo a la división territorial, porque el general López Domínguez dice que eso debe ser objeto de una ley de autorización.

Ya ve el Sr. Portuondo cómo yo estoy más de acuerdo con S.S. en los puntos en que debo estarlo, que S.S. lo está con el general López Domínguez; pero dejemos a la Comisión, y después discutiremos sobre los otros problemas, que bien importantes son para que solos ocupen la atención del Congreso; pero no vayan a empecer los unos a los otros.

Respecto de la cuestión económica diré pocas palabras. Claro está que el Gobierno se ocupa y se preocupa como debe de la cuestión económica; pero yo he de ser franco: lo que es buscar la mejor organización del ejército, no me parece que es buen camino para buscar economías. Gracias que lleguemos a mejorar la organización del ejército sin mayores gastos. A eso aspiro yo. Pero ¿qué es una buena organización en el ejército? Su señoría lo sabe mejor que yo, y sabe que en la debida proporcionalidad que debe existir entre los distintos elementos que constituyen la fuerza pública, en los medios con que es necesario constituir el ejército, allí no hay que buscar economías, porque, por mucho que busquemos, no las hemos de encontrar. A mucha Infantería corresponde mucha Caballería y mucha Artillería, numeroso cuerpo de Ingenieros, una gran Administración militar, mucho armamento, muchos uniformes y muchas provisiones, y después, buenos y bien situados cuarteles y sanos hospitales. Pues todo esto, Sr. Portuondo, cuesta mucho dinero, y lo que es por ahí no vamos a hallar las economías que el país necesita. No; es necesario tener el valor de decirlo: ¡a mucho ejército, mucho dinero! ¿Queréis pequeño presupuesto? Pues poco ejército. Lo demás, buscar grandes economías en la organización, no es posible. Pues qué, Sres. Diputados, ¿no están bien organizados el ejército austriaco, el italiano y el alemán? Pues esos ejércitos están absorbiendo el presupuesto de sus países.

En cuanto a las economías de que habla el señor Cassola, algunas se pueden hacer, algunas intentó su señoría cuando era Ministro, otras hubiera intentado si hubiera seguido, o las intentará su sucesor; pero grandes economías como las que hacen falta para resolver la cuestión económica, no puede ser: o ejército o economías. ¿Es que queremos prescindir de todo cuanto ocurra en Europa? ¿Es que queremos recogernos en nosotros mismos, administrarnos aquí dentro de nuestra casa, sin cuidarnos de lo que sucede fuera, y creemos que para España no hay peligro? Pues tengamos el valor de decirlo; porque entonces yo respondo que para sostener el orden público, en lo que a las cuestiones interiores se refiere, a mí me basta y me sobra con la mitad del ejército que tenemos.

Por lo demás, el general Cassola ha llegado con todo su buen deseo a ofrecer una economía de 20 millones de pesetas, de los cuales 10 millones no eran verdaderas economías, porque se trataba de disponer de edificios y terrenos que hoy tiene el ramo de Guerra; de modo que quedan reducidas a 10 millones; y estos 10 millones de economía, lo mismo se pueden obtener con estas que con otras reformas. (El señor Cassola hacer signos negativos). ¿Que no? Ya lo veremos. La reforma y simplificación de los centros del Ministerio de la Guerra? (El Sr. Cassola: Ésa, sí). Pues vaya S.S. examinando las demás, y verá que sucede lo mismo, excepto en algunas cosas que S.S. propone, y que a lo sumo realizarían una economía de 2 ó 3 millones. Pero ¿cuánto aumentaríamos el gasto antes de recoger esas economías, para implantar el nuevo sistema? Y si no, yo pregunto a S.S. una cosa: Valladolid, Burgos, Granada, Sevilla, ¿son poblaciones en que se va a disminuir el contingente militar? (El Sr. Cassola: No, señor). ¿No? ¿Pues dónde lleva S.S. el Estado Mayor general de esos cuerpos del ejército? (El Sr. Cassola: ¿Qué tiene que ver el Estado Mayor con el contingente?). ¿Pero va a tener S.S. el Estado Mayor en una población y las fuerzas en otra? (El Sr. Cassola: No, no es eso). Pues deseo que S.S. me lo explique; porque lo que yo digo es, que en esas poblaciones tenemos más o menos elementos militares, mejores o peores edificios; si se trasladan las fuerzas a otra parte, habrá que construir otros edificios en vez de esos que, buenos o medianos, ya tenemos; esto producirá mayor gasto, y el gasto del presupuesto tiene que salir. Esto es de toda evidencia.

Ya sé que, a la larga, si la nueva organización es buena, producirá economía, y que siempre es conveniente que el soldado, para ir al lado de su familia, no tenga que recorrer más que seis u ocho leguas en vez de 30 ó 40, habrá además la economía de viajes, estancias en hospitales, etc.; pero créalo S.S., se tardará mucho tiempo hasta que la nueva organización pueda producir esas economías. Pero aún así y todo, por ese concepto sólo economiza S.S. 2 ó 3 millones; y aún suponiendo que no traiga gastos ningunos el cambio de sistema, también podrían hacerse las economías que propone con cualesquiera otras reformas: con las del Sr. López Domínguez, con las de la Comisión, con las del Sr. Portuondo (aun cuando no las conocemos) (Risas), con todas, y hasta con la organización actual. ¿Quiere S.S. que le conceda esos 2 ó 3 millones de economías por virtud de su nueva organización? Pues concedidos. ¿Y qué? ¿Resuelve eso la cuestión de Hacienda? No la resuelve; y por eso digo y repito que la cuestión hay que apreciarla de otra manera.

Los hombres de Estado del país están en el caso de estudiar lo que deben hacer en eso; si han de atender más a los temores de lo que pueda resultar en el porvenir para nuestra Patria, para nuestra independencia, para nuestra dignidad, o si deben atender al estado precario en que se encuentran la agricultura y el contribuyente. Si a lo primero, conservemos las cosas como está, mejorándolas lo mejor que podamos; busquemos las economías de otro modo, como se hace, en fin, en otros países; si lo segundo, digámoslo con valor y resolución: disminuyamos el [1407] presupuesto disminuyendo la fuerza armada, disminuyendo el ejército. (Aplausos. -El Sr. Romero Robledo: ¿Cómo piensa el Gobierno?). El gobierno lo pensará, Sr. Romero Robledo.

Parte política. Me va a permitir el Sr. Portuondo, y me va a permitir el Sr. López Domínguez, que no entre en una discusión política, porque con motivo de la organización del ejército no quiero entrar en discusión política de ninguna clase. ¿Qué tiene que ver, Sr. Portuondo, la organización del ejército con la cuestión política ni con el sufragio universal, de que S.S. nos habló? Yo que deseo que en cuanto se refiera al ejército no intervenga para nada la política; y el Gobierno que tiene ese propósito, y ese propósito firme, no podemos admitir ninguna discusión política con motivo de las reformas militares. En el ejército no puede haber más política que la disciplina, ni hay para el ejército más Constitución que la Ordenanza.

Pero aparte de las reformas militares, con relación a las cuales no quiero hablar una sola palabra de política, porque la organización de los ejércitos nada tiene que ver con la política, hasta el punto de que lo mismo están organizados los buenos ejércitos en países gobernados por el sistema absoluto, que en los que lo están bajo el régimen democrático; lo mismo están organizados en Rusia que en la República francesa, lo mismo están organizados en Austria que en Prusia, lo mismo están organizados en los Estados Unidos que en Inglaterra, ¿qué tiene que ver la organización de los ejércitos con la cuestión política?

Pero aparte de eso, y para que el Sr. López Domínguez no tome a desaire que yo no diga nada de la última parte de su discurso, voy a decir algo a su señoría, no como teniente general, sino como hombre civil, político. (El Sr. López Domínguez: Dentro de la Cámara no soy más que un Diputado). Ya lo sé; pero nada de particular tiene que tratándose de cuestiones militares, por la especialidad del caso me acuerde de que S.S. es teniente general. (El Sr. Romero Robledo: El dualismo natural). Voy a decir dos palabras a mi distinguido amigo el Sr. López Domínguez, no como teniente general, sino como hombre civil, siquiera no debamos estarle muy agradecidos los hombres civiles, porque S.S. no ha encontrado entre ellos ninguno que le venga bien. (El Sr. López Domínguez: Tampoco entre los militares he encontrado el auxilio que quisiera). Pues entonces, ni civiles ni militares le sirven a S.S.

(El Presidente pone orden en la sala, y continúa con su discurso el Sr. Presidente del Consejo de Ministros).

Decía el Sr. López Domínguez que ayudaría al partido liberal; que en el seno del partido liberal se encontraría, si no fuera por la mala dirección política que a ese partido se le imprime. Claro es que como la responsabilidad principal de la dirección que se imprime a un partido es del Presidente del Consejo, se deduce que S.S. no está en el partido liberal porque yo he tenido la desgracia de imprimir a este partido una mala dirección política. No me ofende esa opinión de S.S., porque no tengo la pretensión de haber acertado siempre y no haberme equivocado jamás; pero tengo la satisfacción de que mis amigos políticos tengas cada día en mí mayor confianza (El Sr. López Domínguez: Por eso no me sumo), y entre la opinión de la mayoría, entre la opinión del partido y la opinión de S.S., no extrañará al Sr. López Domínguez que yo cero que el equivocado es S.S. En estos tiempos, en este país tan impresionable, dadas las circunstancias en que vino el partido liberal al poder, ¿parece a S.S. poco haber llegado a la cuarta legislatura con la tranquilidad que disfrutamos, hallándonos en una situación tal, que no debemos envidiar la de ningún otro país de Europa? En cuanto a la libertad, tenemos tanta como puede haber en el país que más libertad se precie; señáleme S.S. uno que goce de más libertad que España. En cuanto al orden, señáleme otro país en que haya más orden y menos perturbaciones que en España.

En cuanto a la situación de los partidos, señáleme S.S. algún país donde todos los partidos, lo mismo que el que está en el poder que los que están en la oposición, tengan más confianza, cada cual en la esfera en que se mueve, de que el que está en el poder seguirá en el poder mientras la opinión, mientras la voluntad de S. M. la Reina así lo acuerden, y de que los que se hallan en la oposición seguirán en la oposición hasta que la voluntad del país y la voluntad de S. M. la Reina no decidan lo contrario.

En cuanto al crédito público, señáleme también S.S. un país que en tres años, poco más, que lleva el partido liberal en el Gobierno, haya adelantado su crédito público y haya prosperado tanto como ha prosperado el crédito español. En cuanto a la fuerza pública, que puede interesar a S.S., señáleme también un ejército que dé pruebas de más disciplina, de mayor subordinación y de mayor respeto a la Ordenanza que nuestro ejército; porque no hay en ningún país un ejército más elevado, más traído y más manoseado, y a pesar de eso, el ejército español sigue permaneciendo obediente a la ley y sumiso a la autoridad. (El Sr. Romero Robledo: Lo mismo sucede en otros países, por ejemplo en Austria-Hungría). Pero hay desórdenes. (El Sr. Romero Robledo: Pero se están discutiendo leyes militares en todos los Parlamentos). Pero hay desórdenes, repito. Me ha citado S.S. Austria-Hungría. Aquel país, que pasa por tan sereno y por tan formal, está discutiendo, como nosotros, leyes militares; aquí nadie se impone a la Asamblea; aquí nada se perturba por eso; aquí se discutirá con más o menos calor; pero venir a aprisionar a los Diputados para que resuelvan en un sentido o en otro? aquí no se ha atrevido a hacerlo nadie, y allí se han atrevido; y el primer Ministro de aquel país, hombre respetabilísimo, que llevaba catorce años a la cabeza del Gobierno, que ha prestado grandes servicios a su Patria, es objeto de las mayores manifestaciones hostiles de que se ha visto objeto hombre político alguno en su Patria. (El Sr. López Domínguez: No por el ejército). Pero es ocasión de las reformas militares.

En consideración ante Europa, no tenemos que envidiar a ningún otro país. No hay ningún país, podrá serlo tanto, no hay ningún país más considerado y más respetado por todas las Potencias de Europa y América que lo es hoy la Nación española. (Rumores). ¿Es que esos murmullos significan que se pone en duda lo que estoy diciendo? Más respetado que España, no hay ningún país; lo que sucederá es, que otros países serán más temidos, será porque sean más grandes, porque tengan más población, porque tengan más medios, y en fin, porque no hayan sufrido las desgracias que ha sufrido la pobre Nación española [1408]; pero en cambio, si son más temidos, serán menos amados.

No quiero hablar de los problemas políticos, económicos y jurídicos que se han resuelto en este tiempo, problemas importantísimos, cada uno de los cuales ha necesitado en cualquier otro país, no una, sino varias legislaturas, y en los tres años que llevamos de poder hemos resuelto todos esos problemas que, como digo, en otros países tantos años costó realizar. ¿Le parece poco esto el Sr. López Domínguez? ¿Qué más quería que hiciera un partido liberal? Ya me parece a mí que, en cuanto a reformas, les ha de parecer demasiado a los conservadores, y hubieran querido que no se hubiese hecho tanto.

No, señor general López Domínguez; yo habré podido no estar acertado en la dirección que he dado al partido liberal; pero yo dudo que otro en mi lugar hubiera hecho más.

A todos les concedo que hubieran podido hacer tanto; pero como he visto de cerca y he palpado las dificultades con que he tropezado, los obstáculos que he tenido que vencer, encuentro difícil, no imposible, que otro hubiera hecho lo mismo. Quizá S.S. hubiera hecho más; si es así, yo siento que S.S. no esté en mi lugar; pero si lo estuviera y le acompañara todo el partido liberal, hicieralo bien o mal S.S., al lado de S.S. estaría yo, porque el que está con el partido liberal, debe estar con el jefe del mismo partido. (El Sr. López Domínguez: Su señoría estaba en la Presidencia del Congreso y yo en el banco azul). Por lo demás, si S.S. no se ha de decidir hasta que encuentre los hombres civiles que busca, y que por lo visto no encuentra, me temo que no se decida jamás, porque S.S. ha estado al lado de los hombres civiles más eminentes del país y de los más ilustres de nuestra Patria, y si esos no le han satisfecho a su señoría, espeto que no le han de satisfacer en adelante.

Su señoría ha estado, y no lo digo por lo de ilustre y eminente, al lado mío, ha estado al lado de los ilustres hombres públicos Sres. Martos, Montero Ríos, Moret, Becerra, Puigcerver, Romero Roblado; y si no le ha satisfecho a S.S. ninguno de esos hombres, ¿qué otros hombres que le satisfagan va a encontrar S.S., aunque los busque con la linterna de Diógenes? No sea S.S. tan escrupuloso; no exija tantas condiciones a los demás; conténtese con las que tenemos el vulgo de las gentes y el vulgo de los hombre políticos; que lo que a ellos les falte S.S. lo puede suplir con lo que a S.S. le sobra, y entre S.S. y los demás podremos componer una colectividad que pueda realizar grandes cosas; que al fin ningún hombre solo puede hacer nada, si no está ayudado por otro. Pues sea S.S. el que ayude, y de esa manera, los que tenemos la suerte o la desgracia de dirigir la nave del Estado en nombre del partido liberal, podremos quizá vencer dificultades que de otra manera no podríamos vencer; y de este modo, poniendo cada uno en el acervo común lo que tenga, podremos hacer grandes cosas, que así es como las realizan los partidos. Véngase S.S. de una vez, sin tantas vacilaciones, al partido liberal, y ayude de buena fe a sus amigos; que no estará mal en esta buena compañía, y, en mi opinión, estará mejor que en esa especie de aislamiento a que S.S. se reduce, buscando hombres civiles que no acaba de encontrar. [1409]



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